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Artículo del libro La era de la perplejidad. Repensar el mundo que conocíamos

Reconsiderar radicalmente «lo económico»

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Este artículo cuestiona de forma crítica las representaciones convencionales de “lo económico” a partir de investigaciones empíricas, para configurar un imaginario económico basado en la diversidad y la diferencia. Es vital reflexionar sobre “lo económico” en una época de crisis y perplejidad, en especial si esta reflexión conduce a una revaloración radical de las formas no capitalistas de trabajo y organización en el día a día de la sociedad occidental. El artículo destaca la necesidad de reconocer la interconexión y superposición de tipologías económicas opuestas; y concluye que las visiones utópicas de una sociedad capitalista basada en el “pleno empleo” deberían rechazarse en favor de sociedades “post capitalistas”, basadas en un compromiso profundo y coherente.

Introducción

La época actual (el «Antropoceno») se caracteriza cada vez más por una violencia sin precedentes y un tapiz distópico tejido por las hebras entrelazadas de la crisis económica, social y ecológica. Pese a que son de naturaleza mundial, las siguientes estadísticas europeas, ayudan a ilustrar la profundidad y la extensión de algunos de los problemas socioeconómicos clave a los que nos enfrentamos en esta época. (Eurostat, 2017):

En 2015, casi 119 millones de personas, o el 23,7 por ciento de la población de la Unión Europea, estaban en riesgo de pobreza o de exclusión social. Esto significa que, aproximadamente, una de cada cuatro personas de la Unión Europea experimentó por lo menos una de las tres formas siguientes de pobreza o exclusión social: pobreza monetaria, carencias materiales graves o una intensidad laboral muy baja en su hogar.

El reto sobre «cómo» avanzar de forma eficaz, constructiva y decisiva hacia un mundo «poscrisis» de prosperidad, justicia social y sostenibilidad medioambiental es, sin duda alguna, el más importante y acuciante de nuestro tiempo. Valorando de forma crítica las respuestas clave que emanan con fuerza en un amplio espectro de comentarios académicos, políticos y mediáticos, se ofrecen lecciones y conocimientos (aunque no de la forma pretendida). Pese a que las soluciones propuestas a la cuestión de la crisis pueden diferir en cierto grado, se circunscriben casi exclusivamente a la creencia de que toda la felicidad, libertad y joie de vivre futuras dimanan, y de hecho dependen por completo, del éxito de algo a lo que se denomina, confiadamente, como «la economía». «La economía», según nos dicen, está en crisis, y es esta crisis la que amenaza con acabar con el mundo tal y como lo conocemos (Shannon, 2014).

Inmersos en este imaginario económico particular, «expertos» de todo el espectro económico-político asumen ciegamente que las sociedades deben estar preparadas y dispuestas a hacer «algunos» sacrificios ante el altar de «lo económico» para que la economía resurja y conceda prosperidad y riquezas a la sociedad en su conjunto. A este respecto, los debates serios solo giran en torno a cuántos sacrificios deberían soportar los ciudadanos, dónde y de qué forma. Dada la primacía que se da a «lo económico», aunque la medicina recetada para remediar los males económicos resultara ser tóxica para el bienestar general y la libertad de la sociedad, resultaría totalmente justificable. ¿De qué otra forma podemos empezar a entender la capacidad política para invertir billones de libras esterlinas de dinero público como respuesta a la crisis financiera y «económica» global iniciada en 2007-2008? En efecto, solo en el Reino Unido, «[…] en el punto álgido de la crisis el gobierno había destinado la astronómica cifra de 1,162 billones de libras esterlinas de dinero público a conceder préstamos, comprar acciones y dar garantías a sus bancos descarriados» (Cumbers, 2012: 1-2). ¿De qué otra forma podemos comprender no solo la tacaña resolución y determinación de imponer por la fuerza políticas de austeridad en toda regla y una reducción del Estado ante el ruidoso desacuerdo popular, las luchas y la resistencia, sino también de mantener las medidas de austeridad a pesar de los niveles continuamente crecientes de pobreza, inseguridad laboral, falta de techo, exclusión social y sufrimiento mental? Todas estas consecuencias personales y sociales de los regímenes de austeridad no fueron pregonadas ampliamente ni previstas (véanse Armingeon et al., 2016; Blyth, 2013; Davies y Blanco, 2017; Pantazis, 2016; Varoufakis, 2016). Lo que mantiene unida a esta narrativa convencional de la economía es la insistencia en que nosotros (la gente) debemos confiar y tener fe no solo en la experiencia de nuestras élites económicas, que nos sacarán sin duda de la crisis, sino también en la naturaleza benévola del «amor duro», del Estado. Estamos todos, según se nos dice repetidamente, «en el mismo barco». Cuestionar esto equivale a provocar una respuesta de tres palabras totalmente amenazadora e intimidatoria encaminada a garantizar la conformidad mediante las advertencias y el miedo: «No hay alternativa».

La crisis económica de nuestro tiempo está arraigada en una crisis más amplia de la imaginación que coloniza las formas en que pensamos en qué es posible, práctico y realizable.

Pero ¿qué sucede si esta historia dominante sobre la economía y la sociedad, sobre lo que constituyen y cuál es nuestra relación con ellas en el siglo XXI, descansa sobre una base espuria de falsedades, mitos y un pensamiento utópico ilusorio y acrítico? ¿Qué pasa entonces? Argumentando que este es realmente el caso, el hilo que discurre a lo largo de todo este ensayo intenta recalcar que, a un nivel muy profundo, la crisis económica de nuestro tiempo está firmemente arraigada en una crisis más amplia de la imaginación que coloniza las formas en que pensamos en qué es posible, práctico y realizable. Pese a ello, la capacidad de fomentar imaginarios más creativos y radicales, imaginarios que inspirarán nuevos lugares económicos y comunitarios, resulta absolutamente fundamental si queremos avanzar con más confianza hacia unas sociedades «poscrisis» deseables que adopten la justicia social, económica y medioambiental para todos.

Sencillamente, esta es una época para contar historias nuevas y convincentes sobre la economía de forma que puedan captar y reflejar mejor la compleja verdad y el potencial creativo de lo económico. Con este fin, recurriendo a las pruebas empíricas que se centran en las geografías del trabajo y la organización, en particular en el Reino Unido, el objetivo de este ensayo es propugnar una reevaluación radical de «lo económico» que desafíe al discurso convencional. Esto se conseguirá de tres formas relacionadas, concretamente mediante la reflexión crítica sobre 1) lo que constituye «lo económico» y cómo debería estar mejor representado; 2) cuál es la relación entre el trabajo y la sociedad, y 3) cómo podemos empoderarnos de forma que nos permitan empezar a pensar de forma distinta y creativa sobre lo económico en visiones futuras del trabajo y la organización, inspiradas por expresiones de solidaridad y respaldo mutuo que nos son familiares aquí y ahora.

Reconsiderando «lo económico»

Un punto inicial clave resulta obvio: cuestionar aquello a lo que nos referimos como «lo económico». El argumento aquí es que una visión convencional de «lo económico» se basa en una lectura especialmente pobre e insuficiente de la organización y el intercambio económicos. A lo que se está aludiendo en realidad en las narrativas convencionales no es a «lo económico», sino al capitalismo, el cual supone solo una forma particular de organización económica que rige la manera en que los bienes y los servicios pueden producirse, intercambiarse y consumirse en la sociedad; una forma basada «en la búsqueda sistemática de beneficio en el mercado» (Williams, 2005: 13). Tal y como se mostrará más adelante, reconociendo la naturaleza ubicua de los modos no capitalistas de trabajo y organización en la sociedad, y apreciando cómo estos conforman una lectura más densa de «lo económico», cualquier referencia a «lo económico» como intercambiable por «capitalismo» es insostenible. Del mismo modo, alentar la visión de que la sociedad es capitalista y de que su futuro está ineludiblemente encerrado en un discurso capitalista es una sandez peligrosa (véase White y Williams, 2014). Sin embargo, tal es el éxito y el poder de este realismo capitalista que pensar de forma distinta supone una tarea que no es fácil ni clara. De hecho, el grado en que este capitalismo ha colonizado el imaginario económico lo capta a la perfección el dicho según el cual es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Para empezar a desafiar con éxito esta ortodoxia, es fundamental reevaluar lo económico de forma que capte y explore su(s) naturaleza(s) intrínsecamente heterodoxa(s) y dinámica(s). Aquí también debemos teorizar de forma que contextualice nuestras relaciones con lo económico y que incluya, en lugar de desacoplar, «lo económico» dentro de relaciones sociales y culturales más amplias. Es posible construir una economía de la diferencia y la diversidad, de abajo arriba, desde donde nos encontramos ahora. Este es el enfoque contrario al que predomina en la economía formal, que perpetúa un discurso totalitario al que las geógrafas y economistas feministas Gibson-Graham (2006a: 6) se refieren como «capitalocéntrico». En él, otras formas de economía (por no mencionar aspectos no económicos de la vida social) se comprenden principalmente en referencia al capitalismo: como iguales, en esencia, al capitalismo (o configurados a partir de él), o como imitaciones deficientes o de calidad inferior; como opuestas al capitalismo, o situados en el espacio de la órbita del capitalismo.

El realismo capitalista propugna que cualquier actividad económica es, naturalmente, una manifestación del capitalismo.

 

Por fortuna, al reconocer la centralidad de diversos mundos económicos en los que nos implicamos, y la complejidad, deseabilidad e intrincada unión de estos mundos a lo largo de (nuestro) tiempo y espacio, la invitación a reconsiderar lo económico de formas más expansivas y vivaces no requiere de un gran salto de fe, de ningún pensamiento abstracto ni, ciertamente, de imaginación. De hecho, y de manera perversa, es la reducción de «lo económico» a una forma que empieza y acaba con el capitalismo la que necesita de un arduo esfuerzo de negación para hacer invisibles (y dejar sin valor) todas las variopintas formas en que nos organizamos a nosotros mismos y a nuestras sociedades de modos significativos e intencionados.

Rechazar las lecturas capitalocéntricas de lo económico también requiere volver a imaginar de forma radical los valores y la visibilidad atribuidos a «otras» formas de trabajo y organización que nosotros, y otros, empleamos en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, ¿de qué forma y por qué motivos organizamos el trabajo en nuestros hogares y comunidades locales? ¿Cuán extensas son las economías «no capitalistas»? ¿Qué razones apuntalan las estrategias de adaptación que utilizamos? ¿Qué barreras evitan la consecución de nuestros modos preferidos de trabajo y organización? ¿Cómo encajan las respuestas en un imaginario económico que nos dice que vivimos (y que de hecho estamos encerrados) en una sociedad capitalista? El reto consiste en considerar cómo ocupamos conscientemente esta ontología económica de la diferencia de foma que reconozca el énfasis en la naturaleza interzonal de distintos modos económicos de organización, y cómo consideramos las formas capitalistas y no capitalistas de organización económica como relacionadas (en cierto grado) en lugar de opuestas. Apuntalando todo esto se encuentra la necesidad de reconocer y comprender la presencia desigual de distintos tipos de trabajo y organización arraigados en una conciencia espacial y temporal; literalmente, cómo nuestra relación con «lo económico» cambia como consecuencia de dónde nos encontremos en cualquier momento temporal concreto.

Mediante una combinación de preguntas directas que estimulen la reflexión y la conciencia personal del lector, junto con hallazgos empíricos, el texto continúa haciendo hincapié sobre algunas de las formas en que la riqueza, profundidad y diversidad de «la economía» se han captado y presentado en las investigaciones realizadas. Al reevaluar lo económico como un paisaje de pluralidad y diferencia, se expone un argumento relativo a la importancia de cuestionar abiertamente las representaciones esencialistas y binarias de distintos tipos de economías, como por ejemplo «capitalista/no capitalista/poscapitalista», «convencional/alternativa» o «formal/informal». Teniendo cuidado de no idealizar ni esencializar distintas tipologías económicas, el ensayo concluye invitando a dar con maneras en las que una reevaluación de las distintas formas de trabajo y organización económica pueda seguir inspirando e informando a una sociedad «poscrisis» futura, construida sobre un compromiso pleno y con significado.

Valorar la importancia de diversas economías del trabajo y la organización en nuestra vida cotidiana

Imagine que un investigador llamara a la puerta de su casa, armado con un portapapeles, un cuestionario y un bolígrafo. Le abre la puerta y le invita a que le formule sus preguntas. El cuestionario empieza abordando una serie de cuestiones relativas a su hogar y su trabajo que van desde el mantenimiento de su propiedad (por ejemplo, la pintura exterior, la decoración interior o el papel de la pared) hasta su mejora (actividades de bricolaje, construir una ampliación o instalar calefacción central), pasando por las tareas domésticas (lavar los platos o la ropa, preparar las comidas, hacer la compra o limpiar las ventanas), las actividades de jardinería (barrer los caminos, plantar o cortar el césped), las actividades de cuidados (cuidar de los niños, ocuparse de los animales y actividades educativas como clases particulares) y el mantenimiento del vehículo (reparar/lavar el coche, las bicicletas, etc.). Teniendo en cuenta una actividad cada vez, le pregunta si la tarea había sido llevada a cabo en casa y cuándo; quién la había realizado (¿el encuestado?, ¿otro miembro de la familia?, ¿un amigo?, ¿un vecino?, ¿un profesional?); si pagó de alguna forma a esa persona por el trabajo hecho (y si fue así, ¿fue en metálico o quizá con un regalo en lugar de dinero?); por qué llegó a ese acuerdo para la realización del trabajo, etcétera. Cuarenta y seis incisos después, completa la primera parte del cuestionario. La segunda contiene preguntas parecidas, pero esta vez se centran en si usted u otros miembros del hogar han trabajado para otras personas. La parte final del cuestionario evalúa algunas de las barreras para la participación a la hora de completar tareas usando mano de obra doméstica o a otras personas. Para usted y para muchos otros, la invitación a pensar conscientemente en «cómo», «quién» y «por qué» está organizado el trabajo para completar estas tareas domésticas, resultaría rara; son, sin más. Pese a ello, y de muchas formas, la organización de estas tareas rutinarias y corrientes dice algo importante sobre nuestro sentido de la identidad y nuestras relaciones con aquellos que tenemos a nuestro alrededor.

Estas preguntas acerca de las prácticas laborales forman parte de los estudios metodológicos mixtos sobre las Prácticas Laborales en los Hogares llevados a cabo en el Reino Unido, cuyo origen se puede remontar a las investigaciones realizadas a finales de la década de 1970 en la isla de Sheppey por el sociólogo Ray Pahl (1984). Se han revisado y empleado de la forma más eficaz en los últimos decenios mediante la investigación empírica centrada en las geografías de la autoayuda en las comunidades: «esas actividades informales no proporcionadas formalmente por el mercado ni por el Estado» (Burns et al., 2004: 29) y en los límites al capitalismo (Williams, 2005; Williams y Windebank, 2016). Tras reflexionar sobre sus respuestas a estas preguntas formuladas en el umbral de su hogar, ¿a cuántos tipos distintos de prácticas laborales recurrió para completar las tareas estudiadas? ¿Cómo distinguiría y definiría estas tipologías de prácticas laborales? En las economías alternativas ha habido muchos intentos de conceptualizar, captar e ilustrar visiblemente a) la naturaleza variopinta de las prácticas laborales evidentes en la sociedad actual y b) la(s) relación(ones) entre ellas. Gibson-Graham (2014 y 2016b) han sido particularmente influyentes en este campo, aunque una de las representaciones más complejas de la diversidad de las prácticas económicas es la organización social total del trabajo de Williams (2010), una versión de la cual puede verse en el gráfico 1.

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Estas representaciones complejas y más «densas» de la praxis económica están llenas de implicaciones radicales y posibilidades de una reevaluación radical de «lo económico». De modo significativo, en esta representación las distintas tipologías económicas nunca son completamente independientes, sino que se superponen y se fusionan en cierto grado las unas con las otras. Esto lo ilustran tanto el uso de líneas discontinuas como la indicación, en el eje de las abscisas, de si tienen una base más capitalista o no capitalista y, en el eje de las ordenadas, de si están más monetizadas o no monetizadas. Sin lugar a dudas, estas representaciones rebaten la propaganda del capitalocentrismo (que cosifica al capitalismo como la práctica económica central y más significativa en las «economías avanzadas»), y muestran más acertadamente al capitalismo como una forma de organización económica entre muchas otras.

La negación de cualquier «núcleo económico» (menos aún uno capitalista) natural o inevitable y la yuxtaposición del capitalismo junto con otras tipologías económicas cotidianas que dan vida a «lo económico» del mundo occidental son, potencialmente, tanto liberadoras como emocionantes, en particular cuando se trata de pensar de forma creativa sobre posibles futuros económicos (más allá del capitalismo/«poscapitalistas»). Cuando a la representación económica resumida se la sumerge en la riqueza y el desorden de la vida cotidiana, ¿cómo podría facilitarse o dificultarse esta sensación de liberación y de libertad? ¿Podría ser que una forma «capitalista» de organización económica ocupe en realidad una posición cuantitativamente central en el corazón de nuestra sociedad (una en la que se nos diga que no existe ninguna alternativa a ello)?

Cuando se han tomado «el hogar» y la comunidad como los puntos de partida de una encuesta sobre las economías del trabajo y la organización en el siglo XXI, se han producido algunos hallazgos significativos que han expuesto los mitos que aluden al predominio y la profunda penetración del «mercado» en los rincones y las rendijas de la vida cotidiana. Una fuente clave de datos que ha enriquecido nuestra comprensión del alcance y la naturaleza de distintas economías del mundo la constituyen las «encuestas sobre el uso del tiempo» (EUT). En las últimas décadas, las EUT se han convertido en una herramienta de investigación clave en el Reino Unido, Europa y otros países. Ilustrando el enfoque y la metodología usados, Gershuny y Sullivan (2017), apuntan lo siguiente:

La Encuesta sobre el Uso del Tiempo en el Reino Unido de 2014-2015 (UKTUS) es una encuesta a gran escala en los hogares que proporciona datos sobre cómo pasan su tiempo los británicos de más de ocho años de edad. En el núcleo de la encuesta hay un instrumento consistente en un diario horario en el que los encuestados registran sus actividades cotidianas. Los diarios del tiempo registran sucesos durante períodos determinados, generalmente un único día. Son un medio eficaz de captar datos valiosos sobre cómo pasa su tiempo la gente, dónde están a lo largo del día y con quién pasan su tiempo. La muestra se basaba en hogares, y los miembros de más de ocho años de edad rellenaron los diarios de tiempo durante un día laborable y un día del fin de semana. Además, a quienes tenían un trabajo remunerado se les pedía que rellenaran un horario laboral semanal. Todos los individuos que rellenaron un diario de tiempo fueron invitados a tomar parte en una entrevista, y se escogió a algún miembro del hogar para que participara en una sobre su hogar. Estas entrevistas aportan información demográfica, económica y social adicional sobre los hogares y las personas.

Las EUT han permitido obtener un conjunto de pruebas sólidas con las que comprender mejor la naturaleza y la trayectoria cambiantes de las economías a lo largo del tiempo y el espacio. En las llamadas economías «avanzadas» del mundo occidental, por ejemplo, los hallazgos gracias a las encuestas sobre el uso del tiempo han rechazado la idea de que a) el capitalismo (trabajo remunerado) esté, ni de lejos, tan extendido como habían imaginado/afirmado que estaba y que, ciertamente, b) las prácticas capitalistas se han vuelto más dominantes a lo largo del tiempo. Por ejemplo, Burns et al. (2004: 52), centrándose en el porcentaje del tiempo total pasado por la gente en un empleo no remunerado en el Reino Unido, Francia y Estados Unidos, llegaron a la conclusión de que más de la mitad de todo el tiempo que la gente pasa trabajando no es remunerado. A pesar de un descenso en la cantidad absoluta de tiempo pasado en empleos [remunerados] y en trabajos no remunerados, el tiempo pasado en estos últimos está reduciéndose más lentamente. Esto significa que el trabajo más allá del empleo no solo es mayor que el empleo [remunerado] (medido en términos del volumen de tiempo dedicado), sino que en los últimos treinta años ha ocupado una mayor parte del tiempo total que el que pasamos en nuestro empleo.

De hecho, la Oficina Nacional de Estadística (2016) buscó atribuir un valor monetario al trabajo total no remunerado llevado a cabo en 2014 por los hogares del Reino Unido. Estimó que «el trabajo no remunerado total tenía un valor de 1,01 billones de libras esterlinas, lo que equivale aproximadamente ¡al 56 por ciento del producto interior bruto (PIB)!».

La Encuesta sobre las Prácticas Laborales en los Hogares (HWPS), mencionada anteriormente en este apartado, ha sido llevada a cabo en hogares del Reino Unido de áreas urbanas y rurales, y en comunidades acaudaladas y desfavorecidas. La tabla 1 muestra los hallazgos clave obtenidos de más de 860 hogares del Reino Unido en relación con sus índices de participación en distintas prácticas laborales.

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Las estadísticas fueron obtenidas a partir de un interrogatorio similar al que el el hipotético entrevistador a la puerta de su casa le invitó a responder. Una referencia cruzada de estos hallazgos con sus propias estrategias materiales para salir adelante puede resultar un ejercicio revelador. Uno de los descubrimientos más sorprendentes de la HWPS es que el «trabajo no intercambiado» (es decir, las tareas del hogar no remuneradas) representaba el 70 por ciento de todas las tereas completadas. Por el contrario, solo el 16 por ciento del trabajo en todos los ámbitos fue llevado a cabo a través de un empleo formal pagado dentro del sector privado. ¡Ya está bien del espectro todopoderoso y omnipresente del capitalismo desde el que se nos dice que «no hay alternativa»! Lo cierto es más bien lo contrario: lejos de ser marginales o irrelevantes, las formas de trabajo no capitalistas siguen siendo algo absolutamente fundamental para sostener un amplio espectro de empleos en la sociedad actual.

Más de la mitad de todo el tiempo que la gente pasa trabajando no es remunerado.

Una cuestión que es necesario hacerse aquí es la de la motivación: ¿las razones predominantes detrás de estas distintas estrategias de adaptación son fruto de una elección? Los hallazgos, una vez más, refutan cualquier asunción de que los hogares utilizaban su propio trabajo debido a la necesidad económica (es decir, la necesidad de ahorrar dinero). Tanto en los hogares con ingresos bajos como altos, las principales razones identificadas para la participación estaban enmarcadas por términos económicos (para ahorrar dinero/porque la mano de obra formal era demasiado cara) y no económicos, que incluían la facilidad, la elección y el placer (véase Williams, 2005). Significativamente, tanto en las zonas acaudaladas como en las deprimidas, la mayoría de los hogares citaron motivos no económicos como la razón determinante de que las tareas fueran llevadas a cabo de la forma en que se hizo. En resumen, los patrones observables en términos de cómo el trabajo no remunerado contribuye al bienestar de las personas y las familias (y de la sociedad más en general) son, principalmente, resultado de la elección y la preferencia, en lugar de estar determinados por circunstancias y limitaciones económicas.

Derivadas de reconocer la ubicuidad de las formas de trabajo «no capitalistas» en la sociedad occidental, conduce a muchas implicaciones radicales. Se abordarán aquí dos temas relacionados, que se pretende que susciten posteriores preguntas y reflexiones más allá de este ensayo. El primero es que deberíamos animarnos a reevaluar el significado de «trabajo» y, de hecho, qué constituye un trabajo «significativo» en la sociedad. El segundo pretende generar una mayor conciencia sobre la naturaleza interconectada y superpuesta de distintas tipologías de trabajo y organización en la economía, especialmente de las formas en que la participación en una esfera económica (por ejemplo, capitalista) depende de nuestra implicación y/o la de otros en otras esferas económicas (no capitalistas). En conjunto, deberían ofrecer nuevas formas de apreciar mejor, valorar y hacer visible la diversidad económica en el aquí y el ahora, así como formas constructivas para articular mejores futuros poscrisis y poscapitalistas de trabajo y organización.

Antes de continuar, debemos resistirnos a la tentación de simplificar las tipologías de trabajo y organización, y reemplazarlas por la interrogación crítica de configuraciones económicas y políticas (alternativas) (véase Fuller et al., 2010). Por ejemplo, la idea de que ejemplos variados de solidaridad, amor, preocupación y apoyo son evidentes en los lugares de trabajo «no capitalistas» puede muy bien ser cierta en muchos casos, pero no en todos, y no deberían idealizarse como si fuera así. Por lo que se refiere al hogar como unidad clave del análisis, por ejemplo, lejos de ser una unidad de liberación, es (y sigue siendo) una potente incubadora de represión patriarcal y de otras formas de represión, supresión, explotación y violencia (véanse Hartmann, 1981; Bowlby et al., 1997). Esto, por supuesto, se ha manifestado en las divisiones tradicionales, por géneros, de las tareas del hogar, en las que abundan normas y estereotipos de género arraigados sobre «el trabajo de la mujer» (por regla general las actividades de cuidados y las tareas interminables, rutinarias y menos satisfactorias como planchar, cocinar y lavar). En cambio, el «trabajo de los hombres» suele ser, aunque no exclusivamente, ocasional y de una naturaleza más física, de habilidad (piénsese en las actividades de bricolaje, decoración, fontanería y mantenimiento del coche). En una relación tradicional, el hombre de la casa era «el proveedor», quien salía a trabajar para mantener a su familia, mientras que el «trabajo de las mujeres» estaba, por supuesto, confinado a los límites del «hogar». Esta división según el sexo está lejos de verse relegada a una era ya pasada, aunque consciente de la falta de comprensión sobre el «por qué» y el «cómo» relativas a cómo se negociaban estas tareas en el hogar y si había alguna negociación. La encuesta sobre el uso del tiempo subraya algunos patrones extremadamente preocupantes. A pesar que la participación de la mujer en el mercado laboral formal ha aumentado considerablemente en los últimos treinta años, las mujeres llevan a cabo una cantidad muy desproporcionada de trabajo en el hogar. Por ejemplo, Ferrant et al. (2014) informan de que «en todo el mundo, las mujeres dedican entre dos y diez veces más tiempo que los hombres a trabajos no pagados relacionados con los cuidados». En el Reino Unido (ONS, 2016), las encuestas sobre el uso del tiempo indican que «las mujeres realizan más del doble de la proporción de trabajo no remunerado cuando se trata de cocinar, cuidar de los hijos y realizar las tareas domésticas […] de media, los hombres dedican 16 horas semanales a este trabajo no pagado […] frente a las 26 horas semanales que le dedican las mujeres».

BBVA-OpenMind-Libro 2018-Perplejidad-White-conciliacion-mujer-La cantidad de trabajo que enfrentan las mujeres tanto en el hogar como fuera de él alcanza límites desproporcionados
La cantidad de trabajo que enfrentan las mujeres tanto en el hogar como fuera de él alcanza límites desproporcionados

También deberíamos animarnos a una lectura más matizada del «trabajo formal remunerado en el sector privado». Para mucha gente, la implicación en trabajos pagados bajo relaciones capitalistas está motivada por la necesidad (de ganar dinero). Tal y como se ha estudiado repetidamente, las relaciones laborales en este caso son ilustrativas de las experiencias más brutales, despiadadas y alienantes que cabe imaginar (Thompson, 1967; Ward, 1973; Gordon, 1997; Gibson-Graham, 2006a y b; Springer, 2014 y 2016; Tyner, 2016). Aun así, esto no debería ensombrecer el hecho de que incluso en los trabajos capitalistas más explotadores persisten el empoderamiento y ejemplos de mutualidad, cuidado de otros y solidaridad. La cuestión de cómo podría este reconocimiento potenciar el que surjan espacios «poscapitalistas» que estén arraigados en formas de trabajo y organización capitalistas constituye una pregunta importante y pasada por alto que exige una posterior reflexión.

Reconocer las geografías superpuestas de distintas economías: con el foco en la participación en el trabajo remunerado

Por volver a las tipologías económicas destacadas en la figura 1, es fácil pasar por alto cómo la oportunidad, o la presión, de participar en una esfera económica concreta depende de la organización exitosa de estrategias que tengan lugar en otra(s) esfera(s) económica(s). De forma crucial, la lectura capitalocéntrica «somera» de «lo económico» subestima el papel y el valor del trabajo «no capitalista» de muchas formas, y en particular no reconoce cómo influye en la capacidad de la gente de participar en el trabajo formal remunerado. Para ilustrar esto, tendré en cuenta mi propia implicación en el punto «10: Trabajo formal pagado en el sector privado» que aparece en la tabla 1. Lo que espero que esto ilustre es cómo mi nivel actual de participación en el trabajo formal está basado por entero en la presencia/acuerdo mutuo de/con las personas importantes en mi vida para organizarme e implicarme con éxito en otros lugares.

Mi «trabajo a tiempo completo» es como profesor adjunto de geografía humana en la Universidad Sheffield Hallam. Son las 11.33 horas del martes 1 de agosto de 2017, y estoy sentado frente al escritorio de mi despacho. Por el momento, todo muy sencillo. Sin embargo, cuando el «trabajo formal remunerado en el sector privado» se yuxtapone a otras tipologías, entonces, desde mi perspectiva personal, surge una red muy compleja de implicación y apoyo mutuos. Como padre de tres niñas de doce, diez y ocho años, mi capacidad de participar en el trabajo formal depende por entero de que otras personas cuiden de mis hijas durante las horas de trabajo. En este preciso momento, mis hijas están disfrutando de su primera semana de vacaciones estivales, y son cuidadas por mi mujer. Seguro que si esta tarde el tiempo mejora lo suficiente, entonces mis dos hijas más pequeñas jugarán con los hijos de los vecinos que viven al lado (que tienen cuatro y un años). Después de esto, mis tres hijas se subirán a nuestro coche y las llevarán al centro de actividades local para que asistan a sus clases semanales de natación. Cuando sus clases hayan acabado, sus abuelos paternos las recogerán y se las llevarán a su casa, donde disfrutarán de pasar la noche con ellos, y mañana pasarán el día fuera. Un simple vistazo rápido a «cómo» y «por qué» he podido sentarme frente al escritorio de mi oficina y escribir dibuja un tapiz mucho más colorido e interconectado de gente, formas de trabajo y organización al que, debe decirse, rara vez se da visibilidad (excepto en épocas de crisis). Expuesto de la forma más sencilla, mi implicación en el «punto 10», si las expectativas del día se cumplen, depende/dependerá de otras relaciones sociales (familiares y no familiares) y lugares (mi hogar, otros hogares u otros lugares públicos) que, ciertamente, incluyen los puntos «1. Trabajo no intercambiado», «3. Intercambios privados no monetizados» y «8. Trabajo formal pagado en el sector público/sector terciario».

Para apreciar mejor las complejas redes que hacen posible la participación en el «trabajo formal», nuestras reflexiones deberían extenderse hacia la presencia/ ausencia de otros colegas y empleados no solo en el mismo lugar de trabajo formal. Sospecho que para la amplia mayoría de las personas, el ser capaz de mantener con éxito un empleo formal pagado implica, en un alto grado, trabajar con otras personas y depender de la presencia/ausencia de ellas. Cada una de estas «otras personas» tendrá sus propias estrategias de adaptación que le permitirán que le paguen por su trabajo en el sector privado y tener un impacto en las experiencias cotidianas de otros. En mi universidad, por ejemplo, dependo del papel, invisible en gran medida, del personal del campus, que asegura un funcionamiento cotidiano fluido de la universidad en general y de mi entorno de trabajo diario en particular. Estoy en deuda con esas personas y equipos, que son responsables de limpiar, abastecer, ejercer de bedeles, transportar, repartir el correo, trabajar en las oficinas de información/recepciones, de la seguridad y de los aparcamientos. A un nivel más intelectual universitario, el éxito de la investigación conjunta, la enseñanza, la redacción de textos, las tareas administrativas, etcétera, depende directamente de que me comunique y coordine eficazmente con otros miembros del departamento y la facultad.

Reflexionando sobre el deseo de disponer de estrategias de adaptación estables y afinadas que nos permitan vivir de la forma que prefiramos, una de las muchas consecuencias del capitalismo ha sido la de exacerbar continuamente la naturaleza explotadora y precaria del trabajo remunerado y, como consecuencia de ello, socavar, escindir y fragmentar otras estrategias de adaptación. Por ejemplo, el sindicato de las universidades y facultades University and College Union (UCU, 2017) citó investigaciones empíricas que revelaban que «la gente que trabaja en el sector de la educación se encuentra entre las que dedican más horas extras no remuneradas y que pueden sumar hasta 12,1 horas libres por semana». De forma más general, el consejo de los sindicatos Trade Union Council (TUC, 2017) informó de lo siguiente: «Más de cinco millones de personas que trabajan en el Reino Unido hacen regularmente horas extras no pagadas, y regalaron a sus patronos 33.600 millones de libras esterlinas de trabajo gratuito el año pasado».

Otras presiones desproporcionadas y desiguales en las prácticas laborales han venido como consecuencia directa de las medidas de austeridad. Estas se han dejado sentir de forma más aguda en los hogares y los grupos de población que ya eran vulnerables (por ejemplo, los jóvenes, las minorías étnicas, los mayores, las familias monoparentales y las mujeres que ya se veían forzadas a vivir con unos ingresos bajos; véanse Hall, 2017; Horemans et al. 2016; Ifanti et al., 2013; Lambie-Mumford y Green, 2017). Así pues, el cómo responder de modo eficaz a esta creciente precariedad de manera que ayude a proteger y a empoderar a quienes tienen una menor capacidad de defenderse, debe suponer una preocupación importante cuando pensemos en nuestras economías futuras basadas en la solidaridad y la justicia social. Con este fin, debemos reconocer nuestra capacidad de acción individual y colectiva, y reclamar nuestro poder para conseguirlo. Tal y como argumenta Springer (2016: 289):

Cuando el sistema político está definido por el capitalismo, condicionado a él, inmerso en él y deriva de él, nunca puede representar nuestras formas de saber y estar en el mundo y, por lo tanto, debemos hacernos cargo de estas formas de vida y recuperar nuestra acción colectiva. Debemos empezar a dictar nuestras políticas y empezar a adoptar un sentido más relacional de la solidaridad que reconozca que la subyugación y el sufrimiento de uno son, de hecho, indicativos de la opresión de todos.

Aceptando este desafío de frente, el apartado dedicado a las conclusiones argumenta a favor de una reevaluación del trabajo y la organización de forma que valore y emplee más adecuadamente las múltiples configuraciones en que la gente ya participa de forma significativa y contribuye en la sociedad.

Mas allá de una sociedad capitalistas de «pleno empleo» y hacia unas sociedades «postcapitalistas» con un compromiso pleno y significativo.

Al adoptar una lectura más densa y heterodoxa de «lo económico» se reconoce la centralidad de muchos modos no capitalistas de organización en la vida cotidiana, además de su integración social y las motivaciones (empoderadas) subyacentes a ellos. Esto, a su vez, hace que surjan cuestiones sobre la naturaleza del propio trabajo: ¿cuál es su valor, su fin y su relación con la sociedad?, ¿qué es trabajo significativo? Perpetuar una lectura capitalocéntrica de lo «significativo y lo productivo» del trabajo y el empleo convierte, por supuesto, en un fetiche «el trabajo pagado en el sector privado», y al hacerlo excluye muchas formas de trabajo vitales y fundamentales para mantener una vida (económica) y el mundo cotidiano tal y como lo conocemos. Además, socava activamente la idea de que las formas no capitalistas de trabajo puedan poseer un valor intrínseco y hacer en sí mismas una contribución positiva y deseable a la sociedad. Este discurso es especialmente evidente en la fe política invertida en la promoción de las economías basadas en el crecimiento capitalista y su perpetuo compromiso para conseguir una sociedad de «pleno empleo» (véanse McKie et al., 2012; Williams, 2015).

Muchas presiones desproporcionadas y desiguales en las prácticas laborales han venido como consecuencia directa de las medidas de austeridad.

Si hubiera que subrayar aún más la naturaleza superficial de este enfoque, entonces pensemos en las múltiples realidades físicas y emocionales complejas de las exigentes formas de trabajo no remunerado que un progenitor amo/a de casa asume cuando gestiona el hogar familiar. Vistas a través de las políticas y del discurso popular, a estas personas se les otorga un estatus de segunda; se las suele estigmatizar popularmente por estar «desempleadas». De hecho, una parte clave de la exitosa propaganda del realismo capitalista ha consistido en vincular a quienes tienen un trabajo formal con los atributos positivos del deseo, el estatus, la ambición y la determinación. Estos trabajadores «tienen éxito» y hacen una «contribución esencial» a la sociedad. Por el contrario, aquellos que no tienen un empleo remunerado son, en comparación, holgazanes, suponen una sangría para la «sociedad», son inútiles, prescindibles y convertidos en cabezas de turco de una forma que no se aplica a los ciudadanos con empleo. Centrándose en el gobierno de coalición entre los conservadores y los demócratas liberales del Reino Unido que ascendió al poder en 2010, Pantazis (2016: 4), por ejemplo, argumentaba lo siguiente:

La retórica del gobierno de coalición intentó retratar a las personas, entre ellas a las anteriormente consideradas «merecedoras» de la ayuda de la seguridad social, como «gandules» (en comparación con las «luchadoras»), «perezosas» (en comparación con las que «trabajaban duro») y «derrochadoras» (en comparación con las «previsoras»), y como responsables, de distintas formas, de hacer caer la pobreza sobre sí mismas y sobre sus familias.

Estas narrativas dominantes acerca de lo económico, y las percepciones, prejuicios y valores, deben transgredirse con éxito para permitir que aflore un reconocimiento más creativo e integral del trabajo. Además de resultar deseable, la sugerencia de ir más allá de una sociedad de pleno empleo hacia una plena implicación, también está fundamentada empíricamente, y es congruente con el relato más amplio que hacen las encuestas sobre el uso del tiempo y sobre las prácticas de trabajo en los hogares sobre la extensión y la trayectoria cambiantes (y la informalización) de nuestras economías a lo largo del tiempo y el espacio.

Con el capitalismo mejor enmarcado como, simplemente, una de entre muchas visiones futuras del trabajo y la organización económica, debemos considerar cuidadosamente qué tipo de organización económica refleja mejor el deseo de libertad, felicidad, seguridad, prosperidad y los principios colectivos de justicia social y territorial para todos. Además, para desplazarse más allá de las «concepciones totalitarias de la dominación capitalista» (North, 2014: 247), las sociedades poscapitalistas deben resistir cualquier tentación a predecir, determinar y ordenar abiertamente «el camino correcto» a seguir. Más bien, la necesidad de adoptar unas narrativas y sendas económicas complejas, debe evitar siempre los planes de acción sobredeterminados y prescriptivos en favor de otros más experimentales y creativos. Por fortuna, reconsiderar radicalmente el imaginario económico de formas que reconozcan y valoren la naturaleza ubicua de las formas no capitalistas, nos permite ver un panorama rico, creativo y colorido de comunidades de solidaridad y apoyo (véase Gritzas y Kavoulakos, 2016). A escala comunitaria, hay cientos de ejemplos vibrantes de personas y comunidades que aúnan esfuerzos produciendo e intercambiando bienes y servicios de formas que generan economías de la solidaridad; economías que ofrecen formas visionarias y prácticas de resistencia, resiliencia y transformación. Por ejemplo, los últimos treinta años, más o menos, han sido testigos de alternativas político-económicas significativas, como monedas o divisas de ciertas comunidades, bancos de tiempo y programas de intercambio y comercio local que han surgido y florecido en algunas zonas (véanse North, 2014; Michel y Hudson, 2015). Otros ejemplos relevantes incluirían a Solidarity New York City (http://solidaritynyc.org/), a FAR Nearer (www.farnearer.org/) y a las economías sin moneda de El Cambalache, ubicado en San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, México (Araujo, 2016). Otros han surgido debido a la necesidad, como respuesta directa a la pobreza social y económica, a la exclusión causada por unas medidas de austeridad continuas y a la crisis del capitalismo. Las cadenas de distribución de alimentos en Grecia (Rakopoulous, 2014) son una excelente ilustración de esto. Aparte de esto, las expresiones de solidaridad y resistencia al capitalismo pueden encontrarse en los lugares que menos esperaríamos: en forma de trabajo remunerado en el sector privado. El que economías de los cuidados y otras formas de reciprocidad y solidaridad mutua se encuentren y se mantengan en estos espacios (de adversidad) también debe formar una parte clave de la crítica y el imaginario poscapitalistas. En pocas palabras, ¿cómo es que estas economías alternativas ganan visibilidad e impulso «dentro» de espacios capitalistas, de forma que, en última instancia trabajen para transformar estos espacios?

El reto es ciertamente complejo y tiene muchas capas, a lo largo tanto del tiempo como del espacio, y un espectro de geografías personales y comunitarias. Pese a ello, es muy importante centrar la atención en nuestra propia acción: nunca debemos subestimar la importancia de actuar desde el medio en el que nos encontremos en este momento. ¿Cómo podemos (con nuestras destrezas, experiencias y capacidades) actuar de formas directamente prefigurativas que puedan influir y configurar positivamente a nuestros propios entornos sociales y espaciales y a aquellos que hay en su interior? ¿Cuáles son nuestras fortalezas y sus límites? ¿Cómo podemos, pues, invertir mayores cantidades de tiempo y energía para construir y mantener esas formas de trabajo y organización «no capitalistas» que se ven animadas por poderosas expresiones de solidaridad: el altruismo, la ayuda mutua y el voluntariado? ¿A qué barreras para la participación nos enfrentamos nosotros y los que tenemos a nuestro alrededor? ¿Cómo podemos aprender mejor de los demás de forma que empoderen a nuestras propias comunidades para que emprendan acciones directas para pensar creativamente acerca de la «crisis», sus causas y sus soluciones potenciales? Independientemente de las respuestas a estas interrogantes, confiamos en el conocimiento de que (lejos de tratarse de un futuro utópico) ya encarnamos «la alternativa (económica)» de muchas maneras que aportan un significado, un propósito y una afirmación positivos a nuestra vida cotidiana (y a la de otros). De hecho, no disponer de ellas señalaría realmente el fin del mundo tal y como lo conocemos.

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El número de horas que trabaja una persona se refleja en sus relaciones sociales, especialmente entre los sectores más vulnerables.

Hay cientos de ejemplos vibrantes  de personas y comunidades que aúnan esferzos produciendo e intercambiando bienes y servicios.

Por último, otra desviación significativa del pensamiento ortodoxo actual sobre la economía y la sociedad consiste en rechazar la idea de que el mundo «poscrisis» o «poscapitalista» de justicia social es algo que puede conseguirse finalmente en un mundo que está a la espera del mapa adecuado que permita desplegar nuestras velas económicas. No, es mucho más verdadero y significativo reconocer que los futuros y anhelos económicos que deseamos siempre están, y siempre estarán, en un estado perpetuo de dinamizarse y desplegarse. Adoptar nuevos imaginarios económicos y esforzarse por abrazar nuevas formas de pensar e implicarnos en nuestras economías es/debería ser (a un nivel profundo) un proceso continuo de actuación y experimentación sin un punto de «conclusión» final o un lugar de descanso (véase Parker et al., 2014).

Conclusiones

A pesar de que ha pasado una década desde la crisis financiera y capitalista global de 2007-2008, el discurso económico capitalocéntrico sigue teniendo una influencia considerable en cómo pensamos acerca de nuestra economía, nuestra sociedad y los futuros potenciales del trabajo y la organización. De este modo, reiterándonos, la que puede decirse que es la crisis más importante de nuestro tiempo, es la de nuestra imaginación. En varios sentidos, pensar de manera crítica y alternativa, de formas que desafíen y desarraiguen las sendas económicas «ortodoxas e inevitables» a las que se nos dice que tenemos que adaptarnos, equivale a llevar a cabo un acto atrevido y potencialmente revolucionario. Tal y como opina Shannon (2014: 2):

El capitalismo, después de todo, está ensamblado de tal modo que invisibiliza las relaciones sociales que conlleva, para hacerlas parecer algo natural y, quizá más importante, para hacerlas parecer inevitables, como si no pudiera haber una alternativa.

También requiere un difícil proceso de desaprendizaje: la propaganda dominante e incesante que reduce continuamente el capitalismo a «lo económico» es tal que reconsiderar nuestro imaginario económico no es algo que conseguiremos instantáneamente. Porque todos estamos teniendo que batallar y reevaluar narrativas económicas profundamente arraigadas que hasta ahora nos han dado valor y significado a nosotros y al mundo del trabajo y la organización. La capacidad de pensar más allá de lo aparentemente imposible y de dar rienda suelta a nuestra imaginación (y praxis) creativa de formas que aborden los retos a los que nos enfrentamos como sociedad es urgentemente necesaria en una época de crisis. Esto no es, ni de lejos, tan difícil como parece; a pesar del refrán dogmático de que vivimos en una sociedad capitalista, somos (como siempre seremos) una sociedad rica en muchas posibilidades económicas, y podremos recurrir a todas ellas para ayudar a revitalizar sendas poscapitalistas existentes y a dar vida a otras nuevas. El potencial para invertir y participar plenamente en unos futuros existentes y en unos nuevos futuros alternativos, siempre está ahí. Tal y como argumenta Monbiot (2017):

La cultura participativa estimula la política participativa; de hecho, es política participativa. Genera solidaridad social mientras propone e implementa una visión de un mundo mejor. Genera esperanza allá donde la esperanza parecía ausente. Permite que la gente vuelva a recuperar el control. Lo más importante es que puede atraer a cualquiera, independientemente de cuáles pudieran ser sus anteriores afiliaciones. Empieza a generar una vida pública más amable construida sobre valores intrínsecos. Mediante la reconstrucción de la sociedad desde abajo hacia arriba, acabará forzando a los partidos y a los gobiernos a adaptarse a lo que la gente quiere. Podemos hacerlo, y no necesitamos del permiso de nadie para empezar.

«ES IMPRESCINDIBLE LA CAPACIDAD DE PENSAR Y DAR RIENDA SUELTA A LA IMAGINACIÓN CREATIVA PARA ABORDAR LOS RETOS A LOS QUE NOS ENFRENTAMOS COMO SOCIEDAD EN ÉPOCA DE CRISIS.»

Leído con este espíritu, se espera que los temas y argumentos centrales expuestos en este ensayo ayuden a proporcionar algún incentivo más para desentrañar y cuestionar «lo económico» de modo que ayude a adoptar nuevos imaginarios económicos y formas de estar en el mundo. Estos, a su vez, harán resurgir una praxis radical y alternativa que empoderará a la gente y a las comunidades para que «escapen» de la economía capitalista (Fournier, 2008) y «recuperen» la economía (Gibson-Graham et al., 2013). Ambos serán necesarios si la sociedad quiere dirigirse plenamente hacia estos paisajes económicos poscapitalistas y poscrisis animados por los principios de sostenibilidad ecológica y justicia social para todos.

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